Mi avión a Shanghai sale en unos minutos y estoy rodeado de chinos con cien millones de maletas, bolsas, regalos y duty frees varios, tantos tantos que parece que no hay comida en China o allí no fabrican nada, dios mío, solo faltan unos cuantos pollos atados. Pero bueno, siempre es así, con esas bolsas a cuadros llenas hasta los topes y cerradas con cinta americana, los botes de plástico para el té y los empujones en las colas. Tiene su encanto, para qué negarlo, yo adoro el caos y la gente, el follón y el desorden que siempre te lleva a lo inesperado. Sin ir más lejos, yo iba a hablar de Corea y el fin del viaje y he acabado así.
(sonrisa)
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