lunes, 14 de diciembre de 2015

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Amanece sobre Seul y hago dos o tres fotografías por la ventana de este hotel caro en el que nos han metido a la fuerza. La historia es larga y no tengo tiempo de contarla así que solo diré que cuando decidimos venir a Corea y Alfonso se lo dijo a una amiga suya -coreana- que vive aquí, la chica se molestó en buscarnos hoteles (que nosotros no queríamos), organizarnos transporte (ídem), asegurarse de nuestro bienestar absoluto y de paso venir al aeropuerto a recogernos, llevarnos a cenar (invitados), y traermos de vuelta; solo faltó que nos plancharan la ropa y nos hicieran las uñas. Costumbres culturales, le llaman.
Mi yo viajero de mochila sucia y hostal desconchado de neones baratos y sin mostrador entró en crisis al ver el hotel impecable con vistas al río Han y no poder elegir qué hacer ni dónde ni cuándo. Luego conseguí sobreponerme pero la realidad es que no sé dónde estamos durmiendo y no creo que sea posible explicar que lo que a mí me gusta es perderme (aunque bien pensado no se puede estar más perdido). Ahora nos las tenemos que apañar para que ella sepa -y exista entendimiento- que nos gustan más los bastidores de un teatro y el público que el escenario y la obra y las rondas de aplausos.

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