domingo, 12 de abril de 2009
Jordania, 7
Me gustan esos primeros momentos después de regresar. Las cosas mas tontas se convierten en especiales, cruzar una calle silenciosa en Alcobendas, llevar la mochila llena de polvo del desierto y pasar junto al Opencor, ver mi coche aparcado a lo lejos, el olor amable de mi casa, el agua limpia, la ropa doblada encima de la cama, un vaso de té olvidado días atrás sobre la mesa -como un fantasma-. De camino incluso entré en una tienda y me costó hablar con el señor sin que fuese en inglés. Las fotos amontonadas en el disco duro en el fondo de la mochila -miles, dios mío-. La ropa sucia en la lavadora medio rota. La barba por afeitar para volver a ser una pieza de este reloj idiota en el que estoy metido de gente estresada, plazos, prisas, preocupaciones inventadas, competencia, publicidad, gustar, gastar, ser mejor que todos y nadie, ser sano, ser educado, ser correctísimo en todo y me cago en dios, en realidad ya echo de menos las paredes altas verdes sucias, las luces de neón, el olor a tierra, los Galuoises del tipo del hotel, anónimo, que parloteaba en italiano y sonreía con sus dientes mal cuidados, que nos dejaba dormir en una habitación piojosa por tres dinares la noche, y el hummus con pan, el dulce dolor de pies cuando demasiada arena te aprieta los dedos subiendo por las dunas, los cortes de las piedras saladas del Mar Rojo, los barrancos imposibles, las ruinas llenas de flores, los erizos de mar venenosos, el té con menta dulzón, el caos, bendito caos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Te quejas de vicio. Te lo cambio todo.
Publicar un comentario