lunes, 27 de abril de 2009

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Bajé como unos ocho metros, compensar me resultó más fácil de lo habitual. Me gustaba que el agua estuviese más fría abajo e intenté quedarme allí. Acaricié la arena. Perseguí a una nube de peces que flotaba alrededor de un peñón de coral. Curioseé las estrellas azules. Evité los erizos de mil púas venenosas. Y de repente, en una cuevecita más pequeña que mi índice, vi un pececillo de ojos saltones que se había agazapado a mi paso. Le sonreí y se escondió. Hice como que me iba y, poco a poco, asomó los ojos de nuevo. Volví y se escondió de un salto. Aún repetimos por una tercera vez. Mientras subía a por aire seguido por mis propias burbujas pensé que ese pobre pez -enanísimo- me había hecho más feliz que muchas personas que conozco.

1 comentario:

Anónimo dijo...

el relato con el pececillo es tierno, es sólo que me quedé pensando que te hace feliz el juego del gato y el ratón...

N.

P.D: grow up :)