miércoles, 25 de julio de 2012

Pensamientos inconexos en Massachusetts un domingo a las 6:02 AM

Esta noche Jesús se ha lucido roncando y apenas he pegado ojo. Para colmo se dejó la luz del baño encendida y como estamos en un motel de carretera eso significa que salta el ventilador antiolores y lo poco que dormí lo hice con un zumbido zum zum zum de baja frecuencia que moduló mis sueños sin querer y fueron cansinos y repetitivos repetitivos repetitivos. Para hacer tiempo me di la ducha más larga de mi vida y salí arrugado. Abrí la puerta de la habitación y me arrastré como pude buscando un café o una escopeta de cartuchos. Por suerte encontré el bar primero, así que aquí estoy en un antro de carretera en Massachusetts, con cara de zombi y Good Morning America en una televisión que, si fuese por mi, tirábamos por la montaña (justo están contando la historia de un tipo que ayer robó un camión de bomberos). Muffins, tostadas, hamburguesas, huevos revueltos, donuts, jarabe de arce, gofres, rosquillas, la gente de aquí se castiga de veras. Cierro los ojos un segundo.

(...)

Sean me contrató para hacer las fotos en su boda en Rhode Island. Digo Sean y suena como que nos conocemos, que somos amigos y toda la pesca pero yo no sabía quien demonios era ese chico e imagino que sigo sin saberlo.

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La cosa empezó como siempre empieza, casi sin que uno se de cuenta. Entré en el restaurante, me presenté en recepción, habitación 320, ascensor, la madre el novio esperando me dice algo que no entiendo, asiento, todo bien. Me conduce por el hotel hasta una de las suites, llama a la puerta y se escucha un gritito dentro, aún no -dice sonriendo-. Mientras esperamos a que una de las hermanas se acabe de vestir miro por la ventana y se ve el mar -el Atlántico- y una playa repleta de gente, sombnrillas y surferos de tabla larga, por la que te cobran $4 la entrada si no eres de la ciudad. La madre me lo dice como algo bueno, oh dios mío. Antes de que responda se abre la puerta y aparece una chica asiática tatuada vestida de verde chillón. La novia ya está. El fotógrafo ha llegado, dicen, y me dejan pasar. Sorpresa, la novia está de verde también, igual que la china, y me pilla desprevenido. De nuevo voy a hablar cuando del baño sale otra novia vestida de blanco. Joder, que son gemelas. Y aparece otra chica que se les parece, pecosa con cara de buena levemente amargada. Estas son mis hermanas, dice la novia. Se refiere a todas, la china también. Están tatuadas con caracteres orientales, y mientras se maquillan las unas a las otras hago fotos y trato de dilucidar qué idioma es, uno parece chino, otro coreano, sabe dios, desde luego son una catástrofe. Clic. Clic. Llega el novio a la habitación y descubro que aquí esa tradición de no ver a la novia no existe en absoluto. Bajamos todos y me dicen que hay unas rocas fuera y que les gustaría hacerse una foto allí. Bueno, se suponía que me habían contratado para que hiciese las fotos que me diese la gana y no para eso pero me pareció feo decirles que no o hablarles de la luz a las dos de la tarde o muchas cosas que me pasaron por la cabeza, así que fuimos.

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Yo generalmente respeto a la gente pero he de decir que a veces se me hace cuesta arriba. Hablemos un instante del hermano del novio y sus amigos y del propio novio. Antes de la boda nos sentamos fuera y se piden unas cervezas. Todo bien. Yo agua, gracias. Me miran sonriendo como si tuviesen ante ellos a un niño tonto. Vuelve la camarera ¿otra ronda? Claro. A la tercera cerveza piden comida -antes de la boda- y les traen un cesto gigante de calamares fritos. Uno se pone perdido al meter la corbata en la fritanga mientras otro habla de la resaca y de los veinte dólares que les cobró la stripper la noche anterior, ´la putilla´ la llama. Yo ya ni sé si huir en un tren o darle un golpe con el zapato o preguntarle por su mujer (que está sentada en la mesa de atrás, en la mesa de las mujeres, ¿por qué coño no estamos todos juntos? misterio) cuando me piden una foto al lado de un viejo arco de madera con la pintura gastada por el mar. Eh, dice el hermano, ¿por qué no salimos agarrados de la madera, colgando? No sólo es horrible sino que está llena de clavos. Le digo lo segundo, señalando un montón de grapas y puntas que salen aquí y allí de la madera, mil veces reparada. Bah, eso no importa. Y saltan para agarrarse. Si, he dicho que saltan. Se agarran. Y, como era de esperar, hubo sangre.

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A mitad de boda me di cuenta de que por hache o por bé yo siempre he tenido suerte laboral. Siempre que he trabajado en algo era como especial. Hace años fui de voluntario a una excavación, cuando trataba de ser arqueólogo, y era duro y todo eso, pero éramos como especiales. Luego empecé a trabajar en un laboratorio de realidad virtual donde claro, éramos la hostia en vinagre. Y haciendo cine ya ni te cuento. Que sí, que siempre tienes un jefe, pero es otra historia. Ayer era un mandao, el fotógrafo de la boda, y descubrí por primera vez qué significa eso, o ser el camarero, la chica de la limpieza o el que reparte la publicidad. La gente no es que no te mire, es que no te percibe. Eres invisible. No estás. Te piden algo cuando quieren algo y con el mismo nivel de exigencia que pulsar el botón del segundo en un ascensor -ya y sin paradas-. Para ser justos creo que una persona me preguntó mi nombre. Y eso me recordó a muchos años atrás cuando solía pedir comida en el chino y me la traía el propio dueño cuando los muchachos no estaban allí. Me llamaba Lamón. Un día trajo un arroz con verdudas y dos rollitos de primavera, le pagué y cuando iba a coger el ascensor le dije, siempre me llamas Lamón pero nunca me has dicho cómo te llamas tú. El chino me miró de una forma que nunca olvidaré y que me hizo sentir realmente bien, Chu, me dijo; mi nombre es Chu.

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-¿Y cuál es la especialidad aquí en Rhode Island?
-Bueno, está esta limonada de sabor genial. Está hecha con limones dulces y lleva hielo.
-¿Limones dulces? No sabía que había eso.
-Bueno, quizás son limones normales pero les ponen azúcar.
-Ah.

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Veo a una viejecita adorable y me acerco a hacerle una foto. Me mira y me dice, no te molestes, ya hay fotos mías encima de la chimenea, que soy la abuela.

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Salto por las rocas negras junto al mar, las olas rompen no muy lejos y de repente me encuentro a siete u ocho chicas sentadas en tumbonas. Están borrachas. Eh, guapo, ven a hacernos una foto. Dudo un instante, bueno, esto es digital así que les hago una foto. Tienes permiso para hacer lo que quieras con nosotras, grita una, y se matan de risa a mi costa. Que no tenga que ir ahí a agarrarte la "cámara". Se desternillan. Escapo.

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Luego se me acerca una rubia después de la ceremonia. Así que eres el fotógrafo. Bueno, si. Me encantan los fotógrafos. A mi también, sobre todo Bresón. Bueno, no me refiero a eso. Uy, creo que me llama la novia.

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Paramos a cenar en un diner. Se acerca la camarera de pelo corto. Me gusta tu cámara. A mi también. Y el beisbol -se refiere a mi gorra de los yankees-. Y bueno, es sólo una gorra, le contesto. No te preocupes, no se lo diré a nadie.

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¿Qué clase de nombre es Ramón? Es español, no es muy raro allí. A mi me suena escocés. Y bueno, imagino que se puede traducir, pero en españa se dice Ramón. Pues yo creo que es escocés.

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Insisto, un tipo en la tele ha robado un coche de bomberos.

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Durante la boda el exceso era tal que para compensar un poco no comí ni bebí nada. Me ofrecieron champán, vino blanco, tinto, wisky, eso que llaman cerveza, coke, diet coke, martini, bocaditos de queso, langosta, bolas fritas de interior desconocido, doritos o como los llamen, pan con mantequilla y más bebida y más. Me pedí dos vasos de agua en todo ese tiempo. Cuando acabó todo me fui por la puerta de atrás y me encontré con Jesús, que dormía en el coche -roncaba-. Nos fuimos a cenar a un diner de carretera sabe dios dónde. Nos sentamos bajo la atenta mirada de dos docenas de chicas de pelo largo y acento de pueblo y lo primero que hice fue pedirme una cerveza. Ésta sería la primera historia que le contaría a mi psicólogo, si existiese. Pero no soy argentino.

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Y cómo no, al cerrar los ojos, ves tu vida por delante. Echas de menos algo que no sabes qué es y quizás -sólo quizás- sabes que nunca lo descubrirás. Estar aquí en el mundo no es lo que nos prometieron en las películas, una copa deja resaca, las personas se mienten y Telefónica, a fin de cuentas, te cobra por los mensajes de texto. No existen esas casas de cristaleras inmensas que dan al mar, sábanas negras, momentos reflexivos en aviones que despegan, besos a cámara lenta, fundidos en negro cuando vas a tener sexo, malos días que pasan con una canción de Placebo o Nirvana o Sigur Ros -depende de qué generación seas-. La puta verdad es que estás ahí y los intermedios son más largos que la película, muchísimo más, así que deja de quejarte y te pondré tres ejercicios que has de cumplir para poder decir que has vivido.

uno. como cuando eras pequeño y contabas el tiempo que estabas debajo del agua en la bañera, haz lo mismo dando un beso a alguien con lengua; hasta que os de la risa

dos. camina bajo la lluvia sin que te importe mojarte

tres. dile a alguien que lo quieres, a quien no suelas decírselo; y que sea verdad



si no eres capaz de hacer ni siquiera esto... no sé, chaval

(...)

dios, ¿qué cojones haces con un coche de bomberos robado?


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