Jesús roncó toda la noche como si fuese a morir ahogado de un momento a
otro. Tuve que recordarme, enterrado en mi almohada, que tampoco es
culpa suya y que total para qué decir nada si es inevitable. Así que ni
mú, pero a las cinco y media no pude más y salí en calzoncillos a ver
amanecer sobre el West Side de Manhattan y las torres gòticas de
Columbia, donde siempre imagino que hay magos y bibliotecas secretas.
Pasò un pàjaro, pasò un aviòn, me dieron ganas de saltar por hacer el
chiste. Luego un café con genjibre y cereales con canela y leche de soja
con vainilla, ¿es que ya no venden nada suelto? me pregunté. Volví al
balcòn anaranjado por el reflejo en las fachadas viejas (eso les dicen) y
pensé en cortinas, cables, Cecilia, ciruelas, Columbia, café, cinco de
la mañana, un día cé, sí ceñò.
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