lunes, 10 de octubre de 2016

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Pasaste aquellos dos últimos días en Rusia visitando la Plaza Roja, el Kremlin, la catedral de San Vassily y el famoso teatro Bolshoy. Callejeaste arriba y abajo. Subiste al trolebús y viste el puente desde donde en 1993 los tanques -bajo órdenes de Boris Yeltsin- dispararon a la Casa Blanca (el Parlamento) con doscientos muertos de resultado. Fotografiaste las Siete Hermanas, los ocho rascacielos góticos estalinistas que un poco intentaban competir con Nueva York, el último de ellos jamás se construyó y de ahí el nuevo nombre. Visitaste casas art decó medio ruinosas. Encontraste los murales punk de Víctor Tsoy, un cantante cuyas letras de canciones pedían libertad para la gente y los comunistas pensaron que se las escribía la CIA. Seguiste, cómo no, explorando el Metro, distópico, bonito, gigantesco y un poco fuera de la realidad. Observaste preocupado que en algunos barrios había bares de striptease mezclados entre restaurantes y tiendas de ropa, como si fuese algo normal, con tipas en la barra bailando semidesnudas y hombres fumando y viendo fútbol a la vez. Tampoco te pasó desapercibido que frente a la tumba de Lenin hubiese -irónico- un gigantesco edificio de boutiques exclusivas, de las de una o dos cosas en el escaparate oscuro y sin precio. Notaste que por las calles muchas chicas se hacían fotos posando como pseudomodelos; observaste el proceso repetido enésimas veces: iban dos, una con una cámara -cara- y otra vestida con botas altas y ropa llamativa -cara-, maquilladísima; la que hacía de modelo mutaba su expresión completamente, torcía el cuerpo, contorsionaba los pies, gesticulaba con los labios, miraba al infinito, se tensionaba y zas, foto. Imaginaste que aquel esperpento era lo que ellas tenían por ser atractivas sin darse cuenta de lo horrible que resultaba; es más, muchas eran guapas de veras pero sólo se veía cuando relajaban su esfuerzo y se sabían fuera de peligro fotográfico, ahí emergía su verdadera gracia insospechada. Tampoco es que fuese asunto tuyo lo que les gustase hacer, eso lo sabías.

A pesar de tus pesquisas e indagaciones por Moscú, lo que más te gustó fue un bar cutre llamado Zhiguli de mesas corridas estilo soviet, comida barata y cerveza local. Un señor ruso de aspecto cansado te habló en español y te dijo con tono pesimista que aquel no era sitio para turistas. Te encantó oír aquello.

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