martes, 9 de febrero de 2016

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El tren da sueño pero me aguanto. Estoy en las profundidades de Grand Central, el corazón de Manhattan (porque no es el medio y medio de la ciudad sino tirando a la izquierda) y miro por la ventana oscura dónde por ahora sólo se reflejan los neones. Salimos del túnel y empieza la procesión de edificios y calles nevadas, una cadencia cadencia. Me viene entonces a la mente que ayer estábamos en el malecón de Santa Mónica en manga corta mirando el Pacífico y sus olas brillantes. Ceci sonreía y hacía fotos a los pescadores y a los músicos y a los señores sentados con sus sombreros de sombra. Luego vino despedida y vuelo.
En Argentina cuando echas de menos a alguien le llaman extrañar. Te extraño, dicen. Es como una maravilla del idioma. Suena bien sin duda pero lleva un tiempo acostumbrarse, para un gallego extrañar es que algo se sospeche, que sea un poco raro, que genere una duda. Quizás los criollos se sentían extraños cuando una persona se iba o algo habitual cambiaba y acabaron por pasarlo a verbo. O quizás ya estaba inventado y simplemente no se dice en Santiago, con estas cosas nunca se sabe.
El caso es que estaba acostumbrado a volver de viaje con Ceci (regresarse), al tierno desorden de su maleta autoexpansiva (quilombo), a caminar juntos por la acera (vereda) y a que no me digan tú (sino vos) ni eres (sos).
Por unos días ella estará lejos y Nueva York, con toda su grandeza gris oscura, no será lo mismo (te extraño).
Escrito eso, empieza a nevar (nevar).

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