Ayer confirmé que Norma no baja los miércoles, como sospechábamos.
El lunes se dió una circunstancia totalmente irregular, me crucé con ella fuera del café. Yo caminaba en dirección Grand Central y ella igual, pero diez pasos por delante. Me fijé en cómo caminaba, su bolso y unas gafas de sol como en Desayuno con diamantes (así es como tradujeron Breakfast at Tiffanis). Entonces un semáforo nos cerró el paso y si hubiese seguido caminando habríamos esperado juntos al borde de la acera. Pero no; torcí noventa grados y me fuí a Park Avenue. No me interesa seguir a Norma o saber nada de ella; eso arruinaría mi ejercicio fotográfico, y no estoy dispuesto.
Y hablando de fotos, hoy le hice una pero de nuevo sin fortuna. Sale en una esquinita, prisionera del azar compositivo de las fotos sacadas desde las costillas y sin mirar. Paso a dos metros de ella, tras un cristal, mirando las agujas de los rascacielos con cara de tonto, andar con cierta prisa matutina, distraído. Puro teatro pues mentalmente voy midiendo la luz y forzando la vista para no mirar mientras acciono el disparador (la cámara la llevo cruzada sobre la cadera). Es más, después de pasar por donde está nunca miro la foto, siempre me pareció de mal gusto o como esos que le dan la vuelta al periódico en la sección de crucigramas.
Todavía no tengo una foto convincente. Paciencia.
El lunes se dió una circunstancia totalmente irregular, me crucé con ella fuera del café. Yo caminaba en dirección Grand Central y ella igual, pero diez pasos por delante. Me fijé en cómo caminaba, su bolso y unas gafas de sol como en Desayuno con diamantes (así es como tradujeron Breakfast at Tiffanis). Entonces un semáforo nos cerró el paso y si hubiese seguido caminando habríamos esperado juntos al borde de la acera. Pero no; torcí noventa grados y me fuí a Park Avenue. No me interesa seguir a Norma o saber nada de ella; eso arruinaría mi ejercicio fotográfico, y no estoy dispuesto.
Y hablando de fotos, hoy le hice una pero de nuevo sin fortuna. Sale en una esquinita, prisionera del azar compositivo de las fotos sacadas desde las costillas y sin mirar. Paso a dos metros de ella, tras un cristal, mirando las agujas de los rascacielos con cara de tonto, andar con cierta prisa matutina, distraído. Puro teatro pues mentalmente voy midiendo la luz y forzando la vista para no mirar mientras acciono el disparador (la cámara la llevo cruzada sobre la cadera). Es más, después de pasar por donde está nunca miro la foto, siempre me pareció de mal gusto o como esos que le dan la vuelta al periódico en la sección de crucigramas.
Todavía no tengo una foto convincente. Paciencia.
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