lunes, 31 de agosto de 2015

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Nací en Santiago de Compostela hace 41 años exactamente hoy a las 10:15 PM hora española.

Espero tener la suerte de vivir al menos un siglo entero porque en realidad todavía tengo todo por hacer y no da tiempo a nada. Me propuse muchas cosas en la vida y algunas ya las he cumplido, pero muchas otras todavía están en el tintero, cientos de ellas; pero no me gusta hablar del futuro porque para mi ir descubriendo las cosas según llegan es algo especial.

En el pasado he hecho muchas cosas que quiero compartir hoy con ustedes. He tenido y tengo muchos amigos en Galicia a los que quiero mucho. También en Extremadura, en el pueblo de mi madre, de donde procede la mitad de mi familia. Tengo amigos en Madrid, en Buenos Aires y muchas partes de Argentina y también tengo muchos amigos de los Estados Unidos. A todos y todas, sin excepción, les agradezco el cariño y paciencia que han tenido conmigo a lo largo de todos estos años. Sé que soy un cúmulo de virtudes y defectos, como todo el mundo. Los que me conocen menos sólo ven las virtudes, son los amigos de verdad los que sufren los defectos y te quieren igualmente, y eso es bonito.

Por ahora, en estos 41 años, he conocido Galicia en todos sus rincones. He viajado por toda España, más por algunos sitios que por otros, pero la conozco toda en general, y es para mi el país más bonito del mundo. También lo es Francia, donde me enamoré de las callejuelas y encontré una tarde sin querer la tumba de Julio Cortázar, mi escritor más querido. También lo es Inglaterra, el primer país lejano al que viajé muchas veces y cuyos castillos e historia no dejarán de interesarme jamás. Lo son Italia, donde cien veces me perdí y me encontré, Alemania y aquella tarde buscando iglesias, Austria y mi visita a la ópera en aquel casi-fin-de año, Irlanda y sus paisajes mágicos, Escocia donde viajé con Cecilia y pudimos subir a las tierras altas y navegar por el lago Ness, Bélgica donde no sé qué ciudad me gusta más, Holanda que me maravilló a pesar del frío, la lluvia, las gripes y casi caerme a un canal, Rumanía, con aquella iglesia extraña de mujeres en misa que nunca olvidaré, República Checa y caminar con Edu por las calles de Praga al amanecer, Turkía y mis amigos Ana y David y aquella noche en el puente de Gálata -y aquel bocadillo de pescado, dios mío-, Grecia y las largas tardes dibujando el Partenón, Islandia y sus playas de arena negra y el viento y el hielo azul brillante y el salmón ahumado con yogur de supermercado -para ahorrar dinero-, Canadá y la primera vez que me crucé con una mofeta por la calle, así sin más, los Estados Unidos, de donde guardo millones de recuerdos todos buenos con Cecilia, o en coche con Jesús con nuestro escarabajo rojo en un pueblito de Pennsilvania a comprar agua, Cuba donde fui al último discurso del dictador Fidel que ya era un viejito y nadie escuchó por once horas, Costa Rica, donde vi el volcán Arenal con mis amigos de Bulgaria... Perú, donde vi a Cecilia subir por doscientas escaleras de madera clavadas a una montaña frente al Machu Pichu y donde me tosté la piel en las islas del Titicaca, Brasil donde probé el cilantro por primera vez en mi vida -y me encantó-, Argentina donde siempre me reciben como en casa y donde nunca deja de sorprenderme el brillo del aire y lo bien que huele todo, Uruguay donde tuve el mejor fin de año de mi vida con una familia que me acogió, Marruecos donde dormí en el desierto mirando al Atlas, Egipto donde descubrí el caos y mi amor por los mercados locos con olor a mierda de cabra y té y sangre y especias y donde soborné a un imán para que me dejase hacer fotos desde un minarete, Etiopía donde vi sonreir a mi hermano en aquel aeropuerto donde hacían café en una hoguera, Tanzania donde dos elefantes atacaron el campamento y perdí el pasaporte en un río lleno de cocodrilos e hipopótamos y donde mi hermano me alegró la vida acompañándome, Israel donde visitamos todos los lugares sagradísimos siendo ateos perdidos y donde subí a la montaña de Masada a las cuatro de la mañana, Jordania donde paseamos a solas por Petra y vimos un amanecer de luna en el desierto de arena roja del Wadi Rum, India donde conocí a Cecilia -la chica más increíble que he conocido jamás, con una sonrisa que alegra a un muerto- y donde empecé a enamorarme aquel día que nos refugiamos bajo la lluvia en aquella tumba -o cuando se encontró una cucaracha en la cama y no pasó nada, o cuando subimos a aquel castillo en Leh-, China que visité tantas veces de norte a sur y donde me pasaron mil millones de cosas buenas, Vietnam y sus junglas y playas y ciudades y ríos e islas, Malasia y el bosque lluvioso de Tanah Rata con sus mariposas gigantes, Nepal donde vi el Everest desde el cielo y donde visité el lugar de nacimiento de Buda -recuerdo miles de luciérnagas por la noche-, Japón y mi subida al volcán Sakurajima y aquel mes medio loco con un sólo libro -Compañía, de Samuel Becket-... y no sé, muchos sitios más que no recuerdo en este momento, todos y cada uno de ellos son mi lugar favorito.

He tenido la suerte de ver todo eso y espero ver mucho más. Intento compartirlo con ustedes a través de mis fotos y mis dibujos para que lo disfruten igual que lo he hecho yo. Tenemos sólo una vida, hay que exprimirla hasta el último segundo y dejarse de tristezas. Para estar muertos ya tenemos un tiempo infinito.

Un abrazo a todos/as.

Ramón

miércoles, 26 de agosto de 2015

Broadway Project

Hace unos días realicé una serie fotográfica llamada "Broadway Project" que consistía en caminar toda la avenida de Broadway en su parte de Manhattan, es decir, desde la calle 255 al norte hasta Battery Park al sur, lo que vienen siendo 21 kilómetros. El paseo duró 7 horas y realicé 999 fotografías, de las cuales he podido publicar 617 (el resto o salen borrosas o carecen de interés).

Intento en esta serie dar cuenta de las transformaciones entre unos barrios y otros y mostrar alguna escena del Nueva York común.

http://www.akenar.com/Photography/BroadwayProject/index.html

seis fotografías en una calle cualquiera de la vieja Delhi


jueves, 20 de agosto de 2015

Norma, 2

Ayer confirmé que Norma no baja los miércoles, como sospechábamos.

El lunes se dió una circunstancia totalmente irregular, me crucé con ella fuera del café. Yo caminaba en dirección Grand Central y ella igual, pero diez pasos por delante. Me fijé en cómo caminaba, su bolso y unas gafas de sol como en Desayuno con diamantes (así es como tradujeron Breakfast at Tiffanis). Entonces un semáforo nos cerró el paso y si hubiese seguido caminando habríamos esperado juntos al borde de la acera. Pero no; torcí noventa grados y me fuí a Park Avenue. No me interesa seguir a Norma o saber nada de ella; eso arruinaría mi ejercicio fotográfico, y no estoy dispuesto.

Y hablando de fotos, hoy le hice una pero de nuevo sin fortuna. Sale en una esquinita, prisionera del azar compositivo de las fotos sacadas desde las costillas y sin mirar. Paso a dos metros de ella, tras un cristal, mirando las agujas de los rascacielos con cara de tonto, andar con cierta prisa matutina, distraído. Puro teatro pues mentalmente voy midiendo la luz y forzando la vista para no mirar mientras acciono el disparador (la cámara la llevo cruzada sobre la cadera). Es más, después de pasar por donde está nunca miro la foto, siempre me pareció de mal gusto o como esos que le dan la vuelta al periódico en la sección de crucigramas.

Todavía no tengo una foto convincente. Paciencia.

viernes, 14 de agosto de 2015

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En el tren solía estar un maquinista alto y apuesto, de unos cincuenta años, muy moreno, que debía ser de Puerto Rico. También solían juntarse cinco señoras negras que viajaban diariamente a Southeast desde Nueva York, una de ellas un poco más joven y guapa que las otras cuatro. Solían traer café y pastas y ponían una servilleta blanca en uno de los asientos y hacían un picnic improvisado.
Un día el maquinista se acercó y les pidió una galleta. Se sentó cerca y habló con ellas, que no paraban de reirse de esa forma histriónica que sólo usa uno cuando algo le hace gracia de verdad.
Desde ese día, todas las mañanas se acercaba el buen hombre, hablaba con ellas, les robaba una galleta y, cuando a las 8:44 exactamente sonaba el timbre de las puertas cerrándose, se iba corriendo a la cabina del tren a hacer su trabajo.
Estuvimos como dos años así, unos seiscientos viajes de ida, unas veinte cajas de galletas.
Un día la más joven no tenía café. Él se fue a paso rápido por el andén y en tres minutos volvió con uno. El tren se retrasó levemente pero sólo yo me di cuenta del motivo.
Luego cambiaron el turno al maquinista y ya no vino más a hablar con ellas. Ahora suelen ir hablando por los codos, como siempre, con las pastas, con el café, con sus libros y sus teléfonos, pero nunca las oigo reir.
Esta mañana me crucé con él en Grand Central. Ahora lleva gafas y le creció el pelo. Parece un señor.

Norma, 1

Hace unos días empecé un ejercicio fotográfico cuyo objetivo es practicar la paciencia y capacidad de seguimiento. Por este motivo eligí al azar a una señora cualquiera en una cafetería de una esquina de Madison Av. y me fijé en ella.
Pasaron tres o cuatro días, quizás una semana, y la volví a ver. Era más o menos la misma hora, minuto arriba o abajo, y eso confirmó mi teoría de que en realidad no estamos rodeados de extraños distintos en cada momento sino que existen ciclos invisibles que, como los planetas, nos hacen pasar cerca cada equis tiempo, nos eclipsan, nos alinean, pero jamás colisionan y no sabes que están ahí.
Desvelada su órbita, le puse un nombre, pues ese es el principio formal de todas las cosas y me gusta hacer las cosas bien. Le llamamos Norma, y digo llamamos porque Ceci y Verónica opinaron cuando les describí a una mujer de mediaba edad, seria, melena corta, en un rango etario que depende del día te da aspecto de señora o no. Se barajaron varios nombres pero ese me gustó.
La regla para fotografiar a Norma es muy sencilla. El experimento se acaba si ella una sóla vez sospecha de mi existencia o me ve hacerle una foto. No se trata de molestar a nadie, no hace falta aclararlo. Mi perfil bajo me da ventajas abismales en estos temas, soy un tipo común con gafas, ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco.
Practiqué pues unos días antes en la cafetería para medir distancias y luz, durante el fin de semana, cuando las órbitas están bien lejos. Medí las isos que necesito al pasar caminando con un 40mm 2.8 y mi cámara Canon 5D Mark II.
La primera foto la hice el lunes. Como imaginaba, ella estaba allí sentada, desayunando con mirada pensativa y seria frente al ventanal. Salió mal. Medí corto, a pesar de mis precauciones. Se ve de ella un borrón de color.
El martes llovía y salió mejor. Mal, pero mejor. Insuficiente.
El miércoles no estaba. Nota mental, ese día pasa algo.
Hoy le saqué una foto de espaldas, mientras se sentaba. Parecía cansada y aún es jueves.

miércoles, 12 de agosto de 2015