miércoles, 23 de febrero de 2011

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De repente te acordaste de aquellos días de incertidumbre en Buenos Aires en aquel apartamento de paredes blancas. Te encantaba el olor de la ciudad y sus cafés y los árboles y tumbas y esquinas que nunca llegaban a ser esquinas, sobre todo en San Telmo. Te dijiste que eran cosas del pasado y te preguntaste qué pensarías en el futuro de aquella temporada en Nueva York, qué cosas permanecerían en el recuerdo y cuales simplemente dejarían de existir: ¿las calles sucias?, ¿las ratas?, ¿el olor de los trenes o los gritos de medianoche?, ¿o quizás algo tan simple -y humano- como el frío sol de invierno o el verano sofocante? Pero sólo había una forma de saberlo.

Caminabas por la calle pensando en esto cuando pisaste la mierda de perro más rara que habías pisado jamás. Levantaste el pie asqueado para darte cuenta de que en realidad estaba en una bolsita de plástico. Porque en Nueva York los perros cagaban en bolsas.

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