jueves, 17 de febrero de 2011

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Estoy sentado en la sala de espera de una consultoría en Armonk, más o menos en la línea entre Nueva York y Connecticut. Los impuestos y papeleo del infierno. Fuera hay nieve pero no durará mucho tiempo, los lagos empiezan a descongelarse; ya ni se puede caminar por ellos. Veo entonces un manojo de folletos en la mesita, anuncia sandalias polacas hechas a mano. Me paso la mano por la barba mientras pienso en el mundo raro en el que vivo. Cada vez va a peor. Como esta mañana, una mujer negra se sentó a mi lado en el tren, muy buen parecer pero, de repente oí un clap clap y la tía que se estaba cortando las uñas. Los trocitos volaban sin control e imaginé la conversación que tendríamos si se me metía una en el ojo. Un rato después me pasé por el baño en el estudio. Estaba sentado en la taza y oigo al del sitio vecino, hablaba con su mujer: "cariño, te llamo ahora que me tengo que limpiar".

Sigo sentado en la consultaría. Despeinado. Camiseta raída. Zapatillas rotas. Pantalones de segunda mano. Y mi Casio de siempre. Planeando cenar un baozé y el repollo seco del fondo del frigorífico. Pensando en blanco y negro. Desenfocado.

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