Según llegaba el buen tiempo empezaban las contradicciones que tanto te gustaba apostillar. Como aquel chico con pantalones cortos y abrigo tipo Alaska con la capucha puesta. O aquella chica en el tren con vestidito corto de primavera avanzada y botas de invierno australianas hasta las rodillas. O una cosa u otra, pensabas. Te encantaba hacer eso. Pero en silencio pasabas calor porque a pesar de tu manga corta llevabas calcetines de nieve.
Es más, por aquel entonces mirabas los lagos aún congelados -sólo quedaba una fina película de hielo que pronto se rompería- y tuviste un deseo contradictorio, el de caminar sobre el frío y estar en una playa atlántica oliendo a verano y salitre y algas con un poco de brisa ojos cerrados.
Era viernes y un pájaro muy grande se había posado cerca de la ventana.
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