Como pasa muchas veces, no tengo recuerdos de haber sacado esta foto. Exprimiendo el cerebro hasta la hez me parece que yo iba en un coche, quizás cruzábamos un puente, y es posible que fuese cerca de Vanarasi en aquella travesía desde el norte. Seguro que vi a esos niños caminando y me pareció bonito, sus siluetas, el color de la tarde en las aguas turbias y -sobre todo- la sensación de lejanía inalcanzable.
Tengo una certeza completa si mezclo en el recuerdo el olor de la cámara cuando está cerca de tus labios, su tacto suave y la oscuridad íntima que te arropa en su interior, un mundo secreto que pliegas y se detiene para siempre. Para siempre, qué cosas.
(...)
Cuando es así -que no me acuerdo de nada- me queda cierta sensación de farsa, como si le hubiese robado la foto a otro. Es como en la vida, no fui yo quien nació el mismo día que yo, ni fui a mi colegio, nunca estuve en los Ancares ni en Viena, tampoco nos besamos en aquel muro de musgo y ni siquiera aprobé nunca un examen de matemáticas. A la hora de la verdad somos poca cosa.
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