domingo, 31 de diciembre de 2017

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Recuerdas aquellos días de veranos extremeños en los que parecía que todo sería siempre igual, esperando para ir a la piscina en la esquina del parque junto al buzón amarillo a Ángel, a Juanito, a Bárbara o a Mané. Toalla en mano, con el bono mensual, el bañador puesto y un bocadillo en la bolsa. Y es que la vida era tan sencilla como desayunar galletas con leche, pasear por la casa inmensa oliendo a limonero y a pozo, dar caminatas ocasionales por la sierra, comer arroz amarillo con pollo, jugar al parchís, ir con el abuelo y sus gafas de culo de vaso y que te diese veinte duros para ir a comprar un flash en la Calle de la Cruz sabor kiwi o cola. Y por la noche contabas historias inventadas en los umbrales de las casas o mirabas salamanquesas en los muros blancos bajo bombillas amarillas. En el pueblo.

No podías ni siquiera imaginar que en siglo que llegaba pasarían tantas cosas. Que Gregorio y los abuelos se morirían. Que no volverías a ver aquella calle, ni oler los olivos ni caminar por la muralla del parque. Nunca pensaste que tendrías barba, que una chica te daría un beso de verdad o que alguien en su sano juicio te pagaría por trabajar. Jamás te imaginaste un futuro y ni se te pasó por la cabeza la posibilidad remota de que vivirías en Nueva York. La vida, de alguna forma, era algo infinito. Lo que sí tenías clarísimo es que en el 2018 ya habría robots de verdad, clones, coches voladores y un par de colonias en el Sistema Solar o incluso Alpha Centauri. E iPhones.

Piensen en ello mañana (¿o pasado?) cuando nuestra nave-planeta haga otra elíptica sobre la estrella Sol en nuestro breve y maravilloso viaje compartido por esta galaxia, una de muchas muchas.

viernes, 22 de diciembre de 2017

NY, 21


Si uno se da un paseo por la ciudad y llega al puente de Williamsburg verá que, si se asoma mirando abajo, hay una especie de brazo de tierra que hace esquina con el East River y un parque.

Ese cabo insignificante en la isla de Manhattan era donde vivían, siglos atrás, los miembros de la tribu india de los carnasee, en concreto un grupo llamado marechawik. Habitaban entre ahí y Brooklyn, pescando en las islas y atravesando en canoa de un lado a otro. La orilla, por aquel entonces, era un pantano arenoso que resultaba perfecto para la navegación y amarre de embarcaciones pequeñas.

El tiempo pasó y como ya sabemos por desgracia los indios no duraron mucho. Poco antes del año 1640 el área fue comprada por un holandés llamado Jacobus Van Corlaer que algo después la vendió a William Beekman. No sólo se trataba de la costa sino de unas colinas suaves que la rodeaban. Con los británicos el cabo se llamó oficialmente Crown Point pero entre los locales se le solía llamar por su primer colono, es decir, "Corlaer" que, al tratarse de un nombre holandés, no tardó en ser pronunciado a la inglesa como "Corlears". Así acabó siendo "Corlear’s Hook", que aunque "hook" literalmente significa "anzuelo" es un topónimo común que se refiere a algo curvo, una esquina de terreno, un cabo o una lengua de tierra que penetra en el mar.

En el siglo XVIII se instaló un astillero en la zona y un ferry, favorecido por el fondo arenoso, y empezó a llenarse aquello de marineros, carpinteros y constructores de barcos, aparte de inmigrantes irlandeses recién llegados. Con ellos empezaron a abrirse tabernas, tascas y burdeles de todo tipo y especie. En 1776, durante la fallida batalla de Brooklyn, en Corlear's Hook se levantaron barricadas que ayudaron a batirse en retirada al ejército de George Washington. En el siglo XIX ya se habían nivelado las colinas y todo el barrio era un arrabal de mala muerte muy peligroso.

Para acortar, los newyorkinos empezaron a llamar a la zona "the Hook". A la altura de 1839 presentaba la mayor concentración de burdeles de toda la ciudad -que ya es decir- con la notoria cifra de 87. Algunas de las prostitutas del lugar llegaron a ser muy famosas como Helen Jewitt (cuyo asesinato fue sonadísimo) o Madam Eliza Jumel que llegó a ser la mujer más rica de América y se casó con el tercer Vicepresidente de los Estados Unidos, el señor Aaron Burr.

Bueno, a finales del siglo XIX los astilleros cerraron y se acabó el tinglado. Se drenó el pantano y en 1895 se abrió ese parque del que hablaba al principio, el Corlear’s Hook Park. Al lado se levantaron unos edificios de protección oficial que en USA se llaman "projects".

No crean que todo esto se olvidó. En inglés una forma de decir prostituta es "hooker" y el origen de la palabra es este viejo barrio de Nueva York. Hay una leyenda urbana -falsa, como todas las leyendas urbanas- que circula por ahí acerca de una cuadrilla de mujeres que acompañaba a la división del general unionista Joseph Hooker durante la Guerra de Secesión. El tipo era un putero legendario pero lo del nombre es mera coincidencia.

En una ocasión Eleanor Roosevelt dio un discurso en el parque que hasta los años 70 tenía un bonito edificio de teatro que fue demolido. Creo que los árboles son olmos; mucha gente no sabe que este género está en peligro de extinción por culpa de un escarabajo que porta la llamada grafiosis o "enfermedad holandesa" que alcanzó en 1931 a los Estados Unidos y a España en los 80. La población mundial de este árbol ha decrecido entre un ochenta y un noventa por ciento.

Así que mi recomendación a los newyorkinos es que se acerquen al parque y se hagan una foto con un olmo. Quizás pronto ya no puedan.

jueves, 21 de diciembre de 2017

Notas aleatorias Nº 17

>En unos minutos el planeta nos transportará a través del solsticio de invierno con una inclinación de 23 grados y 27 minutos. Por las mañanas tendremos a Marte, Júpiter y Saturno en el cielo. Por las tardes podremos avistar Urano y Venus.

Según estipuló el señor Johannes Kepler en 1609, cuando un planeta atraviesa su perihelio (es decir, que está más cerca del Sol) se mueve más rápido que cuando se encuentra en su afelio (o más lejos del Sol). Ya que nuestra órbita es elíptica (en realidad es espiral, pero eso es otro tema) y no está totalmente centrada, el invierno es más corto en el hemisferio norte que en el sur.

Cuando perciban que hoy la noche es larga piensen en el espacio sideral, en el señor Kepler que meditaba sobre todo esto con simples deducciones matemáticas y esquemas teóricos, el mismo año en el que Galileo Galilei presentó su telescopio en Venecia y en España (que estaba en guerra con los Países Bajos) expulsábamos a los moriscos por orden del Felipe III. Caravaggio pintó ese años su "Salomé con la cabeza del Bautista", Lope de Vega publicaba "La Jerusalén conquistada" y William Shakespeare acabó sus "Sonnets".

Pero aún más. En ese buen año de Kepler en Logroño la Inquisición empezaba un famoso juicio llamado de las "brujas de Zugarrarmurdi" donde por primera vez se sospechó oficialmente que los condenados a la hoguera no habían hecho nada malo y la Iglesia admitió su error. Varsovia se convertía en capital de Polonia, el señor Drebbel inventaba el termostato y la Compañía Holandesa Oriental de Indias empezó a traer té a Europa. En América el explorador Hudson llegó a la bahía del Delaware, los indios Hurones y Iroquois estaban en guerra. En Japón, el Reino de Ryukyu fue invadido.

Todo esto me hace pensar en lo poco conscientes que somos de lo que nos rodea. Pienso en el año 1609 y quizás -quizás- mientras tanto algún compañero en el trabajo llora porque se le murió el perro anoche, otro se arruinó con el bitcoin, otro busca pareja en Tinder, otra acaba de recibir una carta del Senado o le duele la cabeza o se acostó con la mujer de su hermano que sufre alopecia y se compró un barco de un millonario de Rhode Island al que mordió un tiburón en la mano izquierda perdiendo un anillo heredado de su bisabuela llegada del sur de Alemania donde tenían rebaños y hacían queso en las orillas del Danubio, precisamente del mismo tipo que solía comer en Ratisbona el señor Kepler.

> Ayer vi a una señora en el tren a la que llamaban por teléfono. Durante un milisegundo vi su pantalla y ponía "husband", es decir "marido". Me pareció un desafecto muy serio y pasan las horas y no me lo quito de la cabeza. No dejo de imaginar el resto de su agenda: hermana, hijo 1, hija 3, mejor amiga, panadero, abogado, pizzería, iglesia de la segunda llegada.

Ahora me siento mal, pobre mujer.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

viernes, 8 de diciembre de 2017

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> Te habías preparado toda la vida para presenciar algo sobrenatural que jamás llegaba y cuando lo hizo fue -por imposición lógica- incomprensible. Algo bastante simple: caminabas por el andén de la estación de tren de North White Plains, en el Estado de Nueva York, una noche de noviembre. Miraste al cielo y viste la luna maravillosa rodeada de nubes estáticas y un aura iridiscente formando un anillo alrededor del satélite. Era bastante espectacular y le hiciste una foto. Bajaste la vista, alguien te dijo algo, respiraste siete u ocho veces y volviste a mirar. El cielo estaba con la luna en medio completamente despejado. No había viento.

> Cecilia y tú os subisteis a aquel taxi conducido por un sherpa nepalí que tenía miedo de las montañas y ahorraba para poner una gasolinera en Katmandú y tenía un negocio de cabras y trabajaba quince horas al día para levantarlo todo y ahorrar; entonces mencionó que había ido al casino y perdido tres mil dólares y le gustaba comer allí, juntar cosas, beber whisky y que su novia no le decía nada porque ella misma había palmado aún más pasta. Al cruzar con el coche por Times Square le pareció todo divertidísimo.

> En el aeropuerto de Linden, Nueva Jersey, os montasteis en un helicóptero pequeñito pintado de oscuro. Sólo cabían cuatro personas, dos delante y dos atrás. El ruido infernal de los rotores lo dejaste de oír cuando te pusiste aquellos cascos de copa. Se escuchaban las conversaciones de radio de la torre de control de Newark, la voz apagada de los controladores, la jerga técnica de paso-cebra alpha 252 permiso para despegar, charly abre punto pelota chisme. Cuando el aparato despegó no sentiste nada. Es decir, esperabas sentir mareo o algún tipo de fuerza motriz o aceleración o algo, pero no; era como si el mundo hubiese decidido moverse, sin más. Y de esa forma el Universo se fue desplazando a vuestro alrededor y se alejó y pudísteis ver Staten Island y la desembocadura del Hudson y el sur de Manhattan y miles y miles de edificios -todos al compás- hasta Central Park. Ahí el planeta decidió dar la vuelta y regresar. Suavemente, como si nunca hubiese pasado nada, se colocó en su sitio unos minutos después.

Recuerdas que el piloto llevaba una cazadora de piloto. Muy conveniente -pensaste-.

> Ya que teníais alquilado aquel coche os fuisteis por Nueva Jersey tierra adentro a explorar. Tras varias horas de road trip sacasteis la conclusión que en esa parte de América el ranking de cosas/lugares/eventos era el que sigue: ganaban por goleada los negocios de reventa de coches usados; en segundo puesto había un empate entre iglesias y casas de striptease, siempre cerca unas de las otras. Tras eso una pléyade de McDonadls, Dunking Donuts, Wendy's, Subways, Starbucks, gasolineras y algún que otro diner tradicional. En último lugar, pero no en números despreciables, psíquicos paranormalistas. Ah, y gente.


> "A pesar de que todos los días veías largas colas grises de gente entrando y saliendo del tren, masas en movimiento fluido y constante, desindidualizadas y anónimas, por algún motivo y siendo parte objetiva de ellas mismas, nunca te identificaste como parte de tales.

Esa sensación la denominaste Principio de Ausencia según el cual tu condición de sujeto te eximía de cualquier agrupamiento; de forma que jamás eras turista aunque viajases, no eras emigrante a pesar de vivir y trabajar en extranjero y de milagro eras español y gallego, siendo aquellas condiciones ineludibles que nunca conseguiste soslayar.

Por esa misma mecánica no conseguías disfrutar en los partidos, ni los de tu equipo favorito ni en los que participabas físicamente sudando y corriendo pero sin tener claras las motivaciones que se presuponían; amargabas los cumpleaños al más pintado, constituías un lamentable compañero de navegación, un desastroso copiloto, un fiasco de comensal, huésped, público, fan, seguidor, pasajero, invitado de boda o cualquier cosa que requiriese cierto gregarismo pasivo o una dosis de pertenencia silenciosa y cabal.

Por tanto estableciste el Principio de Ausencia como condición fundamental para la fotografía. Existía para ti una contradicción irresoluble entre el acto de acudir a una fiesta y la dicotomía resultante de pretender divertirse con los invitados y al mismo tiempo hacer fotos del asunto. Simplemente no podías imaginar qué clase de persona podría tomarse un malbec mendocino mientras discutía sobre Calvino o Becket o Cortázar y a la vez estar fijándose en las circunstancias de luz y hacer predicciones espaciotemporales acerca de los elementos en escena y, por supuesto, estar convenientemente preparado para su culminación. Habiendo aceptado eso, cuando te hacían un encargo o te proponías una serie fotográfica ya asumías una variable y un fijo. La variable eran las fotos, podían ser mejores o peores dentro de un rango y la suerte -por mucho que alguno se opusiese- también contaba; el fijo era que -cámara aparte- tú no sentirías absolutamente nada (como al ir en helicóptero)."

(fragmento de "La predicción y la espera")

martes, 5 de diciembre de 2017

NY, 20

Ya estoy de regreso en Nueva York con mi mochila y un importante desajuste horario. Cuando volvía en el bus atravesando Brooklyn pensaba que es un poco raro que esto sea mi casa ahora, aunque nunca será casa casa. Lo sé porque vivimos junto al Empire State y todos los días que miro arriba y lo veo recuerdo sin excepción cuando trabajaba en Santiago y pasaba por delante de la catedral. Yo no sé si es el ser gallego o qué pero le pega mil vueltas a este edificio de pacotilla del que sólo me gustan algunos detalles art déco y su historia de película, como que la antena esa gigante que tiene se la pusieron más de veinte años después de acabarlo porque originalmente tenía un mástil de amarre de dirigibles. No es broma, el piso 102 era una plataforma de aterrizaje para zeppelines. Al genio que se le ocurrió esta locura no se le pasó por la cabeza ni el viento oceánico que hay a más de 350 metros sobre Manhattan ni que el edificio, como todos, se bambolea y no había dios que amarrase, así que tuvieron que descartar la idea. ¿No habría sido maravilloso?

Otra historia increíble es que en 1945 un inmenso bombardero B-25 que volaba en la niebla se estrelló con el edificio, a eso del piso 80. La mitad el avión salió despedida y arrasó un ático cercano. La otra mitad en llamas se desplomó al vacío y por el hueco de uno de los ascensores del Empire State llevándose consigo a la pobre ascensorista Betty Lou que hasta hoy en día tiene el récord Guinnes de sobrevivir a la caída más alta en un edificio: 75 pisos y salió a gatas entre el fuego.

Pero la más fantástica de las historias fue un intento de suicido en 1979. Elvita Adams saltó como loca al vacío desde el piso 86 pero hacía tanto viento que salió volando y -tachán- volvió a entrar por una ventana un piso más abajo. Se hizo daño en la cadera.

Esto es América. En chino lo llaman el país bonito, Mĕiguó 美国. Puede tener algunas cosas malas pero belleza no le falta; aunque catedral la de Santiago y murallas las de Lugo.

lunes, 4 de diciembre de 2017