Son las 6:10 de la mañana, miro por la ventana teñida de rosa mientras
pasa una gaviota. Me levanto. Camino con ojos de chino hasta la sala y
cambio el objetivo a la cámara. Abro el balcón. Pasa otra gaviota. Saco
tres fotos. Siento el fresco agradable del cemento frío en mis pies, en
runrún de la ciudad que acaba de despertarse conmigo, y otra gaviota que
pasa en busca de su basurero. Pienso en la gente que va en ese avión,
en la gente que va en todos los aviones del mundo y lo que sentirían si
una enorme bola de fuego arrasase la tierra y sólo quedasen los vuelos
presentes como últimos testigos de la humanidad, esperando a que
finalmente se les acabase el combustible y adiós. Pegados a las
ventanas, presenciarían la hecatombe de forma pospuesta, iluminados por
las llamas, los motores calientes a reventar, tratando de ascender lo
más posible antes de una caída inevitable propia de ícaros forzosos con
éxito. Porque los mitos siempre son como son por algo. No son tontería.
2 comentarios:
joder Ramon no seas cenizo, ¿en piensas por las mañanas? jajajaja
jejeje
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