-En la segunda mitad del siglo XVI se generalizó en España la frase "pérfida Albión" que básicamente maldecía a los ingleses. Alba, o concretamente "albus", era la palabra celta con la que se conocía la isla y no significaba otra cosa que "blanco", y venía el topónimo por ser el primer color que aparece en el horizonte cuando navegas rumbo Inglaterra desde Francia, es decir, los famosos acantilados blancos de Dover en el condado de Kent (que son formaciones de carbonato de calcio). En el punto más angosto del Canal de la Mancha, el llamado acantilado Shakespeare, puedes incluso llegar a ver Francia si el día está soleado.
Todo esto me pasó por la cabeza hace unos segundos cuando vi que un número 517-343-3111 me llamaba desde Albion, Michigan.
Y bueno, sería publicidad de alfombras.
-Cada tarde, durante todo el verano del 2016, observé comer a Vicente. Cuando luego despareció supuse que o el tren lo había matado o que simplemente había migrado a pastos menos agostados. Luego me olvidé de él. Hasta el otro día cuando dos crías de conejo aparecieron junto a las vías masticando arbustillos. Eran pequeñas, unas bolas de pelo de un palmo. Las llamé Luisa y Mercurio. Del padre no supe nada a pesar de mis continuos esfuerzos fijando la vista en la maleza en busca del menor movimiento. Pero nada.
El martes vi a Mercurio comiendo muy cerca del raíl. Me supo mal pero tuve que gritarle un poco para que le coja miedo. No quiero que le pase nada. Se fue asustado a toda prisa a la calma seguridad de sus arbustos.
Una pasajera asiática me miró desde el andén número 2 como si hubiese algún problema.
-Precisamente volviendo en tren me senté junto a la ventanilla y a mi lado había una chica negra de unos treinta años. Dormía profundamente con el pulgar metido en la boca, como hacen los bebés. Por algún motivo freudiano concluí que debía tener un trauma o algo y me puso triste.
-Para alegrarme me estuve fijando en el resto de pasajeros. El de delante era un señor de unos cincuenta años, latino. Tenía los cascos puestos y veía un vídeo de gente bailando en una boda. No era un vídeo musical ni nada parecido, era una grabación cruda de gente moviéndose, sin protagonistas, calidad primera comunión.
"Estoy rodeado de locos", pensé. Luego me dormí y soñé con Luisa o Mercurio, la verdad es que ni yo los distingo.
Todo esto me pasó por la cabeza hace unos segundos cuando vi que un número 517-343-3111 me llamaba desde Albion, Michigan.
Y bueno, sería publicidad de alfombras.
-Cada tarde, durante todo el verano del 2016, observé comer a Vicente. Cuando luego despareció supuse que o el tren lo había matado o que simplemente había migrado a pastos menos agostados. Luego me olvidé de él. Hasta el otro día cuando dos crías de conejo aparecieron junto a las vías masticando arbustillos. Eran pequeñas, unas bolas de pelo de un palmo. Las llamé Luisa y Mercurio. Del padre no supe nada a pesar de mis continuos esfuerzos fijando la vista en la maleza en busca del menor movimiento. Pero nada.
El martes vi a Mercurio comiendo muy cerca del raíl. Me supo mal pero tuve que gritarle un poco para que le coja miedo. No quiero que le pase nada. Se fue asustado a toda prisa a la calma seguridad de sus arbustos.
Una pasajera asiática me miró desde el andén número 2 como si hubiese algún problema.
-Precisamente volviendo en tren me senté junto a la ventanilla y a mi lado había una chica negra de unos treinta años. Dormía profundamente con el pulgar metido en la boca, como hacen los bebés. Por algún motivo freudiano concluí que debía tener un trauma o algo y me puso triste.
-Para alegrarme me estuve fijando en el resto de pasajeros. El de delante era un señor de unos cincuenta años, latino. Tenía los cascos puestos y veía un vídeo de gente bailando en una boda. No era un vídeo musical ni nada parecido, era una grabación cruda de gente moviéndose, sin protagonistas, calidad primera comunión.
"Estoy rodeado de locos", pensé. Luego me dormí y soñé con Luisa o Mercurio, la verdad es que ni yo los distingo.
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