jueves, 28 de enero de 2016

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Un consejo de mañana: si llegáis a casa con las bolsas de la compra por dios no dejéis las llaves encima de la nevera (donde jamás van a parar en sus múltiples periplos caseros), esto evitará la obligación de registrar la casa de arriba abajo, inventariar los cajones, cachear todos los bolsillos de chaquetas, pantalones, revisar la colada, levantar la cama y el sofá, mirar incluso tras las mesas, dentro del lavavajillas, tapers, ducha, cajas, juegos, arrocera y todo aquello con capacidad de contener. Ya empezaba a creer en fantasmas y maldiciones cuando, en una de las múltiples reconstrucciones de lo acaecido en el fatídico momento de la pérdida, sentí un viento faérico llegado de la nada que impulsó a mis ojos a mirar levemente más arriba de lo habitual, sólo una micra, y allí estaban. Aunque la alegría fue demencial creo que no compensó.

Eso si, encontré en el proceso mis guantes perdidos, una bufanda extraviada, tres tarjetas de memoria, un billete de $20 y un gran número de estupideces varias que no recordaba poseer.

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