Si lo piensas bien -por eso de ser honestos- no caminabas por la calle y
de repente te encontraste una polaroid en bolsillo salida de la nada.
De hecho nunca es así. Aquella tarde subías por Madison y estaba esa
señora ahí sentada, al principio pasaste de largo viendo la imagen y no
hiciste nada. Fue ya cuando te alejabas varios metros cuando la idea de
ignorar la foto se hizo insoportable; por eso agarraste la Canon que
llevabas al costado, ajustaste la luz (tuviste la mínima decencia de
permitirte un único intento), volviste sobre tus pasos, tomaste aire, te
giraste pegando los codos al cuerpo mientras entrabas en el mundo
oscuro del visor y en un cuarto de décima de segundo clic.
Volviste al paseo, te esperaban. Bajaste la mirada.
Volviste al paseo, te esperaban. Bajaste la mirada.
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