Claro, y qué pasa cuando tenemos ganas de hacer dos cosas a la vez, grandes y pequeñas. Quiero salvar el mundo, me dicen, pero al mismo tiempo quieres tener un rato de paz para elegir galletas en el supermercado, sobre todo sin mirar los ingredientes no vaya a ser. Ya no puede uno mesarse el pelo, dormir hasta la una de la tarde, contar el dinero en los bolsillos, pintar un techo, escupirle a los gatos ni ninguna de esas cosas; porque el tiempo se lo ha llevado todo y sólo nos ha dejado este vacío estúpido que hay que doblegar con grandiosidades. Yo quiero ser Papa. Yo quiero ser genio. Yo quiero ser Presidente. Yo quiero ser tantas cosas que no soy ninguna, creo. Las notas al pie se agolpan hasta tener más letras que el texto en si, las horas de sueño ya no son un descanso, incluso hay que tener cuidado al cagar por los ruidos y los gases y los vecinos de zapatos anónimos, pero el mundo gira, dicen, pero a mi me parece que todo va más rápido que antes, los días pasan de modo incesante y de repente ya no hace frío o vuelve a hacerlo, ya ni tengo cajón de ropa de entretiempo, salen las arrugas, nacen los niños y las niñas y se les caen los dientes cuando uno menos se lo espera, y el vino lo medimos en resacas, no en disfrute, y las vacaciones en días y no en meses, y el coche vale tanto como nuestra infancia, la casa una fortuna que jamás creímos amasar y quizás ni lo hicimos, y en general todo sigue igual pero desenfocado y sin ese sentido que asumimos que tendría la vida, qué bonita es la ignorancia.
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