Estabas sentado a la sombra en aquella estación por la que ni pasaba el tiempo ni los trenes. Era julio en Nueva York y hacía un calor horrible. Todo estaba en silencio y de repente echaste de menos el sonido de algún grillo en los matojos agostados al lado de la vía. Olía a aceite tipo ferrocarril, a madera negra al sol, a hierro caliente y un poco a mar.
Cerraste los ojos y recordaste la noche anterior, bañarse bajo la luna roja, dormir en la duna, caminar descalzo y la brisa del Atlántico. Y la lata de sardinas y el aceite manchándolo todo. Porque, como ya sabías incluso de aquella, los recuerdos no se eligen. Sólo se tienen.
1 comentario:
Las que cantan de día, a la solanera, son las cigarras. Por la noche... los grillos.
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