Siempre había pensado que vivir es mirar.
Mirar al futuro, hacer planes, tener ilusiones. Mirar atrás, recuerdos buenos o malos o ambiguos o que simplemente cambian dependiendo del día (y la hora) en la que te llegan a la mente. Mirar a los lados, saber despegarse de uno mismo y ser consciente de los que te rodean, aprender a no ser un autómata que avanza sin más. Mirarse los pies, no olvidar que llegan al suelo y que el día menos pensado puedes tropezar (y caer). Mirar arriba, porque ¿quién mira al cielo y no tiene el instínto básico de suspirar?
Pero Eme me ha enseñado algo nuevo. A veces hay que cerrar los ojos.
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