Al llegar a Grecia me llegó el primer mensaje “tenemos que hablar en cuanto llegues, un beso”. Tenía que estar en la Acrópolis sacando fotos una semana entera y mi cabeza daba vueltas como loca. El tiempo pareció dilatarse. Más mensajes, la impaciencia era insostenible. No tenía más opción que joderme en aquella cima rodeada de un millón de casas con el aire tan contaminado que apenas se distinguía el horizonte. Había oleadas de turistas furiosos por conseguir su piedra única y su foto única para sus vidas únicas, en tandas de treinta minutos en grupos de a sesenta por guía, de la mañana a la noche. Y yo sentando junto al Partenón dibujando hasta que me preguntaron si los vendía, me refiero a los dibujos.
Finalmente regresé, sólo era cuestión de tiempo. Nos vimos en un bar; pedí un café solo y nos sentamos. La recuerdo frente a mi mirando al suelo.
-Ra -dios, me encantaba cómo lo decía, no puedo negarlo- tengo que confesarte una cosa un poco fea. Joder, me había engañado a saco durante meses con un pelotón de gente ¿qué podía ser peor? ¿me habría quemado los cómics? Por desgracia no se me ocurrió ningún chiste, en mis recuerdos me gusta pensar que soy la mar de simpático. Ella siguió- La verdad es que nunca te engañé, me inventé todas esas historias para que me dejases.
Pestañeé dos o tres veces antes de entender lo que me estaba diciendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario