martes, 25 de septiembre de 2018

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Para variar esta semana me he propuesto decir lo que pienso a los demás sin filtro de educación ni hostias en vinagre. Es martes y ya llevo varios eventos:
Uno en el trabajo me cuenta el verso de que su asignación es “demasiado grande” y que no llegamos a tiempo. Normalmente me quedaría callado pero es la semana asperger así que le digo:

-Si no vagueas lo puedes hacer perfectamente.

Me dirigió una sonrisa forzada. Al final del día todo estaba acabado. Obvio.
El profesor en clase de francés menciona el bautismo cristiano. Dice que cuando una persona lo hace, renace de nuevo.

-Si, pero no es verdad.- Le contesté.

La clase se quedó un poco en shock. La irlandesa de al lado me susurró que no era una clase de religión. Eso digo yo.

Luego en el supermercado un tipo con un monopatín de metro y medio bajo el brazo -en la zona de yogures- se gira y me golpea en la espalda.

-Perdón- dice, como con prisa para que parezca más sentido.
-Ni perdón ni hostias, ¿qué cojones haces llevando eso así en el puto supermercado?

El tipo escapó y por el camino golpeó una pila de tés japoneses. Cogí uno y lo metí en mi cesta.

Esta mañana se me acabó la avena y tuve que comprar una hecha en el Prèt-à-manger. Mientras buscaba donde tirar la tapita veo a un señor que lleva un café y un croissant y agarra un taco de servilletas demencial, casi un incunable.

-Si, necesitas veinte de esas para limpiarte.

Pero me ignoró. Una regla de tres: si le importa una mierda el planeta entero entonces yo le importo siete mil millones veces menos, como mínimo.

Ahora voy en el tren, un “vagón silencioso” donde se supone que la gente ha de ir calladita y sin música en alto y sin charlas telefónicas. Pero un tipo tres filas por delante está soltando una filípica -machoexplicación- a la chica de al lado, bien alto y claro. Ya me pongo la capa de borde.

Ahí voy.

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