Me llevó muchos años entender por qué odiaba los cumpleaños: de pequeño solía pasarlos en Extremadura, en el pueblo de mi madre; allí algunos de mis amigos eran bastante pobres, apenas tenían nada y para ellos un simple soldado de plástico de aquellos verdes era un juguete valioso. Me daba una vergüenza espantosa invitarlos a una merienda donde habría algún regalo y Fanta de naranja y sándwiches de Nocilla que ellos jamás probaban. Simplemente no quería que se sintiesen mal por mi culpa. Por eso cuando a veces mis padres anunciaban que no habría fiesta porque regresábamos a Galicia el 31 -el fin del estío- yo en realidad sentía un gran alivio.
Así que esos pequeños detalles que suceden cuando uno es canijo ahí se quedan y dan vueltas y vueltas con la Tierra y el Sol y un buen día eres mayor y odias los cumpleaños y no tienes ni la menor idea del motivo. Puedes pensar que es por la edad, que te jode hacerte viejo, pero eso es una tontería. Nadie en su sano juicio quiere morirse pero como no podemos evitar el paso del tiempo al menos podemos disfrutarlo y eso es exactamente lo que creo que hago. Veamos cómo.
Me pasé casi un tercio de mis cuarenta y dos años durmiendo. Pues como todo el mundo. Mi media de sueño son siete horas. Soy materialmente incapaz de dormir más de ocho aunque el día anterior hubiese subido el Himalaya (lo sé por experiencia). Sin embargo tengo una vida onírica fantástica y últimamente suelo soñar con viajes con Ceci a playas que no existen; en ocasiones mi abuelo Vicente se me aparece y mi pesadilla recurrente más temible es que se produce una revisión de los archivos escolares del Colegio Peleteiro y resulta que tengo que repetir un examen de Matemáticas de 2º de B.U.P. o mi bachillerato y la carrera universitaria dejarían de tener validez. Al infierno.
Otro tercio de mis cuarenta y dos años lo pasé trabajando. Fabriqué cosas -muchísimas- en ese tiempo para dos películas de la 20th Century Fox; una se estrenará el mismo día que Star Wars (mala idea) y la otra unos meses después. Construí ciudades de las que no puedo hablar todavía, coches que no puedo enseñar, así como helicópteros, árboles, piedras, flores, templos e incluso tuve que modelar Atocha y doce mil tornillos de vías de tren. Aparte de eso ayudé lo que pude a dos estudiantes de la School of Visual Arts de Nueva York para que se graduasen. También escribí un par de cortos, empecé uno de ellos y un videojuego con Alfonso sobre un laberinto con Ariadna y el tristemente famoso minotauro. Le escribí un boceto de guión a Sabina para que hiciese su cómic -ella puede- y colaboré con las fuerzas restantes en "Kafka's Doll" y "La Noria" (de Bruno y Carlos). Ah, completé un Inktober con 31 dibujos y estuve a punto de mudarme (lo cual es un trabajo en sí mismo). Vendí durante mi año cuarenta y dos la cantidad de siete dibujos por un monto total de $115 lo cual me convierte en una ruina con patas.
Y el último tercio lo usé como pude. Con Ceci fuimos a Rusia y descubrimos que la gente allí es rara pero maravillosa. Fuimos en barco por el Volga, paseamos por el Kremlim, exploramos Yaroslavl, Tver, Úglich, Myshkyn, la triste Cherepovéts, Kostromá y Plyos. También estuvimos juntos en Francia comiendo caracoles y visitando las catacumbas de París donde mi imaginación se desbocó para desgracia de mis amigos con los que juego a Dungeons & Dragons. Finalmente me reencontré con ella, tras unos tristes meses separados, en Islandia. Caminamos junto a un glacial y vimos el sol a las 2 de la mañana sobre un horizonte impasible. Ahora estamos felices como perdices maldiciendo a ese verano que no fue por esos días de playa que no tuvimos y ese calor que no sucedió. Intento soslayarlo con vasos de leche de cabra -le encanta- y panecitos con dulce de leche -le encanta multiplicado por cien-. En fin, fue un año largo. También volé a Montreal y una de las amigas con las que fui me dejó de hablar al poco tiempo sin motivo aparente; sorpresas de la vida. Con Oli viajé también aunque de otra forma, fuimos visitados por Rama y nos hicimos íntimos de Geralt y Nuevededos pero aún nos quedan muchos mundos por visitar. Con Alfon sufrí todos los dramas imaginables jugando al Bloodborne y me arrastré por los campos del Rocket League como una estrella en pleno ocaso. Con Chema, Fer, Jesús, Daniel y también Alfonso, nos convertimos en el terror de una isla abandonada de la ex Unión Soviética jugando al Battlegrounds. Le di a un tipo a 349 metros de distancia. En Akenar sucedieron todo tipo de aventuras y se murió Otiluke frente a Rakel y Debo, pero esa es otra historia. Juegos aparte, tuve la suerte de conocer a Alba y Álvaro y se me hizo una demostración fehaciente de que se puede hacer bechamel en los Estados Unidos. Adopté a Carlos por unas semanas, la única persona que conozco que viaja con menos cosas que yo -llegó del Caribe con una bolsita de asas y lo puesto-. Descubrí la comida georgiana de manos de Juan Carlos. Nichole y Alfonso decidieron casarse así que los tuve de visita en Nueva York. Por la ciudad también pasaron Marcos y María, a él hacía un cuarto de siglo que no lo veía, tiene un cuadro colgado en el armario. Camila también vino para desoír mis consejos pero igual me alegré mucho de verla. Y me tomé un vino relámpago con Majo y Álex.
El día que el Barça le metió el 6-1 al PSG corrí a abrazarme con Erik con la cara desencajada de felicidad. Justo al revés que cuando Trump ganó las elecciones; no sabía dónde ir ni qué hacer así que salí de casa e intenté de veras colarme en su fiesta en el Hilton que está a unas pocas manzanas de nuestra casa. Sobra decir que no lo logré.
Sabina me ayudó a sacar el carnet de conducir del Estado de Nueva York. Nos divertimos mucho viendo el lugar desastroso donde hacen el examen, bien podría pasar por un set de The Walking Dead.
Saqué este año aproximadamente unas 6971 fotografías. Hice un mes temático de fotos de ciudades donde el arquitecto mexicano José Luis Parella se pudo lucir por sus cualidades deductivas y de observación. Lo pasé genial tocando los huevos.
Torturé a mi familia con mensajitos de wassup y llamé a mi madre siempre que pude. Intenté organizarle a Javi un buceo que jamás sucedió. Raquel vino de visita y fui con ella en teleférico y regresamos en barco desde Rockaway al atardecer (aunque ella se fue abajo). Desde el JFK un taxista marroquí intentó ligar con ella.
El resto del tiempo se fue en pasear, dibujar, ver películas de baja calidad, cocinar, ir al supermercado, nadar, andar en bicicleta estática, ir en tren (86 minutos cada día laborable entre ida y vuelta), leer, maltocar el piano, ordenar la casa, desordenar la casa, pintar mapas, vender cosas por craigslist, ir al bosque, hacer café, comer chocolate, beber kombucha, lavarse el pelo, afeitarse la barba, torturar a los que me rodean con chistes malos y practicar mentalmente al mus para poder vengarme de Paula y compañía, algún día.
Y vi un eclipse. Y sí, hoy hace veinte años que se murió Lady Di aunque para ella el tiempo es igual a cero.
Eso es todo por ahora. Escribo esto en los últimos minutos de vida en los que tengo 42 años. Me impresiona pensar que jamás en la historia del Universo volverá a suceder ese hecho aunque tampoco hay dos tortillas de patata iguales ni dos besos iguales. Les aprecio mucho; hoy han gastado un tercio de su tiempo presente en leerme. Es un buen regalo de cumpleaños.
(sonrisa)
Así que esos pequeños detalles que suceden cuando uno es canijo ahí se quedan y dan vueltas y vueltas con la Tierra y el Sol y un buen día eres mayor y odias los cumpleaños y no tienes ni la menor idea del motivo. Puedes pensar que es por la edad, que te jode hacerte viejo, pero eso es una tontería. Nadie en su sano juicio quiere morirse pero como no podemos evitar el paso del tiempo al menos podemos disfrutarlo y eso es exactamente lo que creo que hago. Veamos cómo.
Me pasé casi un tercio de mis cuarenta y dos años durmiendo. Pues como todo el mundo. Mi media de sueño son siete horas. Soy materialmente incapaz de dormir más de ocho aunque el día anterior hubiese subido el Himalaya (lo sé por experiencia). Sin embargo tengo una vida onírica fantástica y últimamente suelo soñar con viajes con Ceci a playas que no existen; en ocasiones mi abuelo Vicente se me aparece y mi pesadilla recurrente más temible es que se produce una revisión de los archivos escolares del Colegio Peleteiro y resulta que tengo que repetir un examen de Matemáticas de 2º de B.U.P. o mi bachillerato y la carrera universitaria dejarían de tener validez. Al infierno.
Otro tercio de mis cuarenta y dos años lo pasé trabajando. Fabriqué cosas -muchísimas- en ese tiempo para dos películas de la 20th Century Fox; una se estrenará el mismo día que Star Wars (mala idea) y la otra unos meses después. Construí ciudades de las que no puedo hablar todavía, coches que no puedo enseñar, así como helicópteros, árboles, piedras, flores, templos e incluso tuve que modelar Atocha y doce mil tornillos de vías de tren. Aparte de eso ayudé lo que pude a dos estudiantes de la School of Visual Arts de Nueva York para que se graduasen. También escribí un par de cortos, empecé uno de ellos y un videojuego con Alfonso sobre un laberinto con Ariadna y el tristemente famoso minotauro. Le escribí un boceto de guión a Sabina para que hiciese su cómic -ella puede- y colaboré con las fuerzas restantes en "Kafka's Doll" y "La Noria" (de Bruno y Carlos). Ah, completé un Inktober con 31 dibujos y estuve a punto de mudarme (lo cual es un trabajo en sí mismo). Vendí durante mi año cuarenta y dos la cantidad de siete dibujos por un monto total de $115 lo cual me convierte en una ruina con patas.
Y el último tercio lo usé como pude. Con Ceci fuimos a Rusia y descubrimos que la gente allí es rara pero maravillosa. Fuimos en barco por el Volga, paseamos por el Kremlim, exploramos Yaroslavl, Tver, Úglich, Myshkyn, la triste Cherepovéts, Kostromá y Plyos. También estuvimos juntos en Francia comiendo caracoles y visitando las catacumbas de París donde mi imaginación se desbocó para desgracia de mis amigos con los que juego a Dungeons & Dragons. Finalmente me reencontré con ella, tras unos tristes meses separados, en Islandia. Caminamos junto a un glacial y vimos el sol a las 2 de la mañana sobre un horizonte impasible. Ahora estamos felices como perdices maldiciendo a ese verano que no fue por esos días de playa que no tuvimos y ese calor que no sucedió. Intento soslayarlo con vasos de leche de cabra -le encanta- y panecitos con dulce de leche -le encanta multiplicado por cien-. En fin, fue un año largo. También volé a Montreal y una de las amigas con las que fui me dejó de hablar al poco tiempo sin motivo aparente; sorpresas de la vida. Con Oli viajé también aunque de otra forma, fuimos visitados por Rama y nos hicimos íntimos de Geralt y Nuevededos pero aún nos quedan muchos mundos por visitar. Con Alfon sufrí todos los dramas imaginables jugando al Bloodborne y me arrastré por los campos del Rocket League como una estrella en pleno ocaso. Con Chema, Fer, Jesús, Daniel y también Alfonso, nos convertimos en el terror de una isla abandonada de la ex Unión Soviética jugando al Battlegrounds. Le di a un tipo a 349 metros de distancia. En Akenar sucedieron todo tipo de aventuras y se murió Otiluke frente a Rakel y Debo, pero esa es otra historia. Juegos aparte, tuve la suerte de conocer a Alba y Álvaro y se me hizo una demostración fehaciente de que se puede hacer bechamel en los Estados Unidos. Adopté a Carlos por unas semanas, la única persona que conozco que viaja con menos cosas que yo -llegó del Caribe con una bolsita de asas y lo puesto-. Descubrí la comida georgiana de manos de Juan Carlos. Nichole y Alfonso decidieron casarse así que los tuve de visita en Nueva York. Por la ciudad también pasaron Marcos y María, a él hacía un cuarto de siglo que no lo veía, tiene un cuadro colgado en el armario. Camila también vino para desoír mis consejos pero igual me alegré mucho de verla. Y me tomé un vino relámpago con Majo y Álex.
El día que el Barça le metió el 6-1 al PSG corrí a abrazarme con Erik con la cara desencajada de felicidad. Justo al revés que cuando Trump ganó las elecciones; no sabía dónde ir ni qué hacer así que salí de casa e intenté de veras colarme en su fiesta en el Hilton que está a unas pocas manzanas de nuestra casa. Sobra decir que no lo logré.
Sabina me ayudó a sacar el carnet de conducir del Estado de Nueva York. Nos divertimos mucho viendo el lugar desastroso donde hacen el examen, bien podría pasar por un set de The Walking Dead.
Saqué este año aproximadamente unas 6971 fotografías. Hice un mes temático de fotos de ciudades donde el arquitecto mexicano José Luis Parella se pudo lucir por sus cualidades deductivas y de observación. Lo pasé genial tocando los huevos.
Torturé a mi familia con mensajitos de wassup y llamé a mi madre siempre que pude. Intenté organizarle a Javi un buceo que jamás sucedió. Raquel vino de visita y fui con ella en teleférico y regresamos en barco desde Rockaway al atardecer (aunque ella se fue abajo). Desde el JFK un taxista marroquí intentó ligar con ella.
El resto del tiempo se fue en pasear, dibujar, ver películas de baja calidad, cocinar, ir al supermercado, nadar, andar en bicicleta estática, ir en tren (86 minutos cada día laborable entre ida y vuelta), leer, maltocar el piano, ordenar la casa, desordenar la casa, pintar mapas, vender cosas por craigslist, ir al bosque, hacer café, comer chocolate, beber kombucha, lavarse el pelo, afeitarse la barba, torturar a los que me rodean con chistes malos y practicar mentalmente al mus para poder vengarme de Paula y compañía, algún día.
Y vi un eclipse. Y sí, hoy hace veinte años que se murió Lady Di aunque para ella el tiempo es igual a cero.
Eso es todo por ahora. Escribo esto en los últimos minutos de vida en los que tengo 42 años. Me impresiona pensar que jamás en la historia del Universo volverá a suceder ese hecho aunque tampoco hay dos tortillas de patata iguales ni dos besos iguales. Les aprecio mucho; hoy han gastado un tercio de su tiempo presente en leerme. Es un buen regalo de cumpleaños.
(sonrisa)
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