viernes, 5 de agosto de 2016

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Hoy a las 7:55 de la mañana recibí una llamada de Oli. Me estaba lavando los dientes tras mi desayuno sumerio (o acadio) y no conseguí descolgar a tiempo pero vi que misteriosamente había dejado un mensaje, como en las historias de Ágatha Christie. Mientras procedía a escucharlo me vino bruscamente una idea a la cabeza que explica poco menos que la humanidad y todas sus facetas desde el origen de los tiempos hasta hoy, pero ignorando tal epifanía y movido por la curiosidad le di al play. Eran sesenta segundos de ruido cíclico, deduzcamos que un ventilador, una voz, una risa lejana y pasos. No estudié arqueología por casualidad, las pistas inciertas, las claves rotas, los meros indicios, son cosas que me encantan así que deduje que Oli bajó de su casa, entró en una cafetería, dejó el teléfono sobre la mesa pulsando sin querer la llamada, pidió un café, pagó, sonrió y saludó a la cajera -se deduce el género por el tono de la risa- y regresó al sitio sin enterarse de lo que estaba sucediendo pues al minuto exacto se cortó el mensaje, asumimos que de forma automática. Yo seguí lavándome los dientes mientras pensaba en algún algoritmo de la NSA tratando de desentrañar nuestro código secreto, hasta estuve tentado a llamar de vuelta y decir cirrus, Sócrates, partícula, decibel, huracán, delfín, tulipán, Mónica, David, Mónica, sólo para ponerlo más difícil (o quizás más fácil).

Inevitablemente recordé aquella vez que olvidé mi cámara en el tren. Era una Canon 5D Mark II, algo muy caro, pero cuando reparé en la pérdida habían pasado doce horas y ya era tarde para correr al vagón anónimo brazos en alto con el grito en el cielo. Procedí cabalmente a visitar la oficina de objetos perdidos de Grand Central y voilá, allí estaba. Más fantástico que la reaparición de mi carísima cámara fue el hecho de que un ser desconocido (quien la había encontrado y devuelto, gracias de nuevo) había grabado un vídeo de una gorra de los New York Knicks sobre una mesa. Quince segundos. Por supuesto me devané los sesos buscando un significado que nunca encontré. Cámara en manual sin autoenfoque, buen pulso, mal encuadre, gorra gastada, mesa de cafetería (distinta a las de la estación) y casi silencio (en Nueva York la ausencia de ruido es como la Santa Compaña: en realidad no existe). Pocos datos y muchas preguntas que sólo me llevan a una conclusión segura: en esa ocasión no se trataba de Oli.

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