martes, 2 de junio de 2015

...

Cuando ibas al trabajo lo hacías en tren. Solías salir de casa en la calle 36 y caminar por la avenida Madison hasta la 42 y girar hasta Grand Central. Te gustaban aquellas calles larguísimas donde la gente y los coches y las ventanas formaban un mosaico extraño pero, sobre todo, te encantaba entrar en la estación: sus techos altos, sus capiteles y aquel crudo y amargo contraste de turistas, colas, gente trajeada corriendo ocupadísima, personas perdidas y pobres sin techo durmiendo en el suelo y rebuscando en la basura.

El propio edificio -si lo mirabas más de cerca- ilustraba aquel mundo loco bipolar. Las bóvedas brillaban reflejadas en los suelos de mármol, los arcos eran majestuosos y una luz invisible y bonita entraba por las vidrieras gigantes; pero por debajo, en las entrañas de la estación, estaba el subsuelo oscuro y abrasador de las vías negras con basura acumulada, muros rotos podridos tiznados, columnas mal orientadas y cimientos pesados que se perdían en la vista de túneles y pasadizos de aire aceitoso.

Era bonito y feo a la vez.

No hay comentarios: