Al principio escribíamos acerca de todo. El cielo, una rama, un amanecer
increíble, un día de mierda, el bocata de chocolate o la herida en la
rodilla. Cada viaje era fantástico, cada foto la primera. Cada emoción
era digna de ser hablada una y otra vez; incluso los sueños se decían.
Pero ese tiempo ha pasado y un buen día estamos en un bosque en otoño o
en una ciudad con cúpulas lejanas o en un acantilado de hielo azul y
nadie dice nada. Respiramos -aliviados y tristes a la vez-, añorando
aquella locura que nos mantenía vivos y con los ojos abiertos sin
tregua. Pero no nos engañemos, este camino no conduce a nada bueno. No
hay regocijo en el silencio; despertad.
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