Como estábamos en Sichuan pensábamos que esto había sido por el
terremoto, una manzana entera que se vino abajo. En nuestras mentes
poblamos los escombros de cadáveres y vidas sepultadas, juguetes
olvidados -que por algún motivo misterioso impresionan a la gente más
que una televisión de plasma reventada o una mesa de dentista
retorcida-, muebles astillados, quizás una mano saliendo de un dintel
aleatorio en gesto de petición de una ayuda que nunca llegó, y bueno,
mierdas de esas que la imaginación te susurra al oído ávido -ya todo el
cuerpo, no sólo el oído- de estar en un lugar exclusivo y macabro y
sorprendente y todas esas cosas que los occidentales con suerte adoran
-incluso yo-. Pero sin que nosotros lo supiésemos, en perfecto chino, en
las solapas amarillas de los trabajadores lucía una frase que revelaba
que aquello era un equipo cualquiera demoliendo casas viejas. Bueno, no
viejas exactamente, sino la que el Gobierno decía que eran viejas -que
en China no es lo mismo, no hay que confundirse-.
No hay comentarios:
Publicar un comentario