La próxima vez que a usted le encarguen diseñar un rascacielos le recomiendo que dé un paseo por Lexington Avenue en Nueva York y se detenga a mirar el Chrysler Building. Puede gustarle o no, eso no es relevante aquí. Lo que quiero es que se fije en el hecho de que es un edificio altísimo con una cúpula especial, gárgolas a los lados y una estructura que potencia lo horizontal, es decir, que ladrillos y ventanas son alargadas de derecha a izquierda y no de arriba abajo.
Sepa usted que en la vida existen muchas y curiosas ilusiones ópticas. Una de ellas es que si una persona apila un montón de cajas horizontales, se sienta en la base y mira arriba, le va a parecer que las últimas cajas son mayores que las de la base. Da igual que sepa que son idénticas, eso es lo que verá.
En la antigua Grecia ya se sabía mucho de ilusiones de modo que cuando Ictino y Calícrates levantaron el Partenón para hacerlo perfecto a la vista lo pensaron con medidas imperfectas. Si usted mide la distancia entre sus columnas resulta que no es regular pero ese desajuste equilibra la vista y crea armonía. Exactamente la misma idea se encuentra presente en el edificio Chrysler. Su arquitecto, Willliam van Allen, realizó una corrección visual añadiendo las gárgolas, en especial las de abajo -de la planta 31- que son imperfectamente inmensas. Su función no es otra que interrumpir nuestra mirada cuando ésta se desliza por la fachada y generar la sensación de que la base es mucho más ancha de lo que es en realidad. Adiós al problema óptico. Las de arriba vuelven a interrumpir el flujo visual y le preparan a usted para el disfrute de la cúpula sin permitirle mezclar todo. Es decir, dan estructura, composición y ritmo. Casi como un jardín zen.
Seamos claros, las gárgolas propiamente dichas en realidad no lo son. Una gárgola de verdad no es ni más ni menos que una cañería diseñada para que el agua de un tejado no caiga por el muro y en vez de eso salga despedida -como un grifo- un poco más lejos. Ya existían en la antigüedad pero las famosas son las medievales porque en muchas catedrales góticas se camufló esta función prosaica con esculturas de criaturas aladas, demonios, aves, harpías y seres mitológicos variados. La palabra procede del latín "gargula" que se relaciona con hacer gárgaras y garganta. Es, por tanto, onomatopéyico; evoca el sonido del agua saliendo.
Si usted se pusiese quisquilloso, el término más exacto para estas esculturas del Chrysler sería "acrotera": en la arquitectura etrusca, griega y romana eran elementos -a veces estatuas- colocados para proteger el edificio y ahuyentar a los malos espíritus o influjos. Igual que vestir luto o tapar espejos. Fíjese usted que Nueva York está plagado de protecciones y salvaguardas.
Misticismos aparte, las acroteras más visibles del Chrysler son las de la planta 31 y las de la planta 61. Las de arriba son águilas de tres metros. Las de abajo son réplicas de las decoraciones del capó de los vehículos Chrysler de 1926 (el modelo "Imperial").
Las águilas fueron esculpidas por un señor llamado Kenneth Lynch cuya obra posiblemente conozca usted. Fallecido en 1989, había empezando en el ejército poniendo herraduras para las unidades de caballería en los años 20. Fue el autor de las puertas de la catedral de St. Patrick en Nueva York, así como alguna de las famosas lámparas de Tiffany, los anillos que rodean al Atlas en el Rockefeller Centre o los bancos para sentarse en Central Park. Las águilas que hizo fueron un guiño a uno de los símbolos americanos: el águila calva, que figura incluso en el Escudo Nacional desde 1782 (para disgusto de Benjamin Franklin que se opuso a ello sin mucho éxito). El pobre animal casi se extingue en el siglo XX.
Los adornos de capó gigantes fueron diseñados en 1924 por Oliver Clark y posteriormente se convertirían en el logo de la empresa. Están fuertemente inspirados en el casco alado del dios romano del comercio, Mercurio ("merx" significa mercancía en latín) que a su vez estaba inspirado en el dios griego Hermes (el veloz heraldo de los dioses) que a su vez estaba inspirado en la deidad lunar egipcia Tot (también se escribe "Thoth") que -y de ahí vienen las alas- tenía cabeza de pájaro. Si usted vive en Nueva York podrá ver una representación en el Museo Metropolitano, visite la galería 134. Según se entra a la derecha.
La chica de la foto, por cierto, se llamaba Margaret Bourke White. Nacida en Nueva York, fue la primera mujer reportera de guerra. Hizo esa foto mientras trabajaba para Otis, la compañía de puso los ascensores en el Chrysler. Trabajó para la revista Life donde la apodaban "Maggie la Indestructible" tras sobrevivir a un torpedeo en el Mediterráneo, ser ametrallada por la Luftwaffe, abandonada en una isla desierta en el Ártico, bombardeada en Moscú y salir ilesa de un accidente de helicóptero en Virginia. Al final de la II Guerra Mundial fotografió campos de concentración nazis y tras eso presenció los dramas de la separación de la India y Pakistan. En 1948 estuvo con Gandhi horas antes de que fuese asesinado, lo cual curiosamente no se menciona en las exposiciones de Henri Cartier-Bresson (que también estaba y se hizo famoso por ello). Margaret murió de parkinson en 1971.