lunes, 21 de noviembre de 2005

Viena


En 1999 me fui a Viena con Laura. Siempre me sorprendió lo contentos que parecemos en esta foto -la hice yo mismo con la mano libre-, si uno se para a mirarnos a los ojos yo mismo me pregunto qué demonios estaría pensando en ese instante. Recuerdo que el suelo estaba hecho hielo y había que tener un cuidado loco para no resbalar e irse directo al Danubio, ese río de la izquierda. Hacía unas horas que habíamos llegado de Salzburgo -fuimos para ver la ciudad natal de Mozart- y esa noche iríamos al Staatoper (el Teatro de la Ópera) porque teníamos entradas para Verdi. Lo que fuese con tal de tenerla distraída: hacía tres semanas que había muerto su padre, en un hospital, por un error médico. Eso la cambió -claro, para siempre- y nunca nada volvió a ser igual; no sólo entre ella y yo sino entre ella y todo el mundo. Qué impotente me sentí.

Ese día no se encontraba nada bien. Fuimos andando por la nieve al edificio Secession -para ver el Friso de Beethoven de Klimt- y al regresar al albergue ella apenas podía respirar. Se metió en cama y me hizo prometerle que haría lo que ella quisiera. Por supuesto yo estaba dispuesto a cuidarla, velarla, comprar medicinas, raptar un médico, sobornar al hospital, fugarme con una ambulancia. Ella me pidió -mi promesa estaba recién hecha- que me fuese sólo a la ópera. Sólo quería dormir.

Fui al Staatoper con esa barba de dos días y esa cazadora de nieve, gorro y gafas, vaqueros sucios y botas. Sabía que no podía llegar tarde y estaba muy mal de tiempo así que me colé en el metro -en Viena no hay controles, sólo un revisor en toda la ciudad que, por supuesto, me tocó-. Un señor de uniforme me pidió los billetes en alemán y le respondí en inglés que no los tenía. Por favor, bájese del vagón en la siguiente parada -eso si que lo entendí-. Openring, se llamaba la estación. Siete menos seis minutos, la ópera empezaba a las siete. Cuando bajé del metro sabía que no llegaría, y la multa por no pagar el billete encima era altísima. Se me ocurrió entonces enseñarle mi ticket de la ópera al revisor y le señalé la hora. Si me ponía la multa no llegaría a la ópera, así que sin más me dejó marchar.

Entré en el teatro medio minuto antes de que saliese el director y todo el mundo aplaudiese. Miré a mi alrededor y había unas ¿dos mil personas? en frac y trajes de noche. Me senté.

1 comentario:

ramón dijo...

Ahora me resulta divertido, pero en el momento te aseguro que no me hizo gracia encontrarme con ese señor, ejeje.